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Abuelas sumisas y abuelas guerreras

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Un momento para respirar

Abuelas sumisas y abuelas guerreras

«Me encantaría saber qué imagen tiene Feijóo de nuestras abuelas: ¿señoras de luto sacrificadas y que entregan todas sus energías a ser los ángeles del hogar?», se pregunta José Ovejero en su diario.

Arte urbano en una calle de Madrid. JACINTO ANDREU
José Ovejero
13 marzo 2025 Una lectura de 7 minutos
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1 de marzo

Leo que entre los votantes de Vox se da el mayor porcentaje de personas que nunca ha tenido pareja (6,7%). Y me pregunto: ¿no tienen pareja porque son de Vox o son de Vox porque no tienen pareja? Es decir, ¿tienen dificultades para encontrar quien les quiera porque son gente sin corazón que votan a un partido xenófobo, misógino y rancio, o se vuelven rencorosos y amargados porque nadie les quiere y comienzan a votar a Vox?


6 de marzo

Varios días sin escribir en este diario. Los preparativos para la mudanza, los tira y afloja con el banco por la hipoteca, los retrasos, las preocupaciones me tienen disperso, incapaz de concentrarme.

Al mismo tiempo andamos planificando la promoción de Una belleza terrible y nos damos cuenta de que no estamos en nuestro mejor momento.

Anteayer, en una de las primeras entrevistas, nos perdemos en disquisiciones no muy precisas sobre la clase obrera. Luego puede que nuestros desvaríos acaben publicados –si el periodista no los corta piadosamente– y nos avergonzaremos de nuestra torpeza. A veces siento solidaridad con los políticos que dicen en público alguna barbaridad, porque no puedes estar siempre centrado y hablar con inteligencia. Nos reímos mucho cuando Feijóo dijo que percibía ilusión cada vez que estaba en Andalucía –mientras se encontraba en Badajoz–, pero me pareció menos divertido cuando di las gracias a la Junta de Andalucía en un acto público… en Zafra.


No sé por qué me acuerdo hoy de una mujer cuyo nombre sin embargo he olvidado. La visité en París y me quedé en su casa dos noches. Ella mantenía entonces una relación con un amigo mío. No sabría decir hoy si era guapa o solo elegante o las dos cosas; sí que por algún motivo resultaba atractiva. En algún momento me comentó que en la vida se podían abrir paréntesis y después cerrarlos; vivir de forma que aquello que hacemos en un instante dado quede aislado del resto de nuestra existencia. Se refería evidentemente a la posibilidad de acostarnos juntos sin que eso afectase a los días siguientes y a nuestras relaciones fuera de ese paréntesis: ni su relación con mi amigo ni mi amistad con él debían verse perturbadas.

A mí me parece imposible trazar esos paréntesis, pensar que nuestra vida no es un continuo: eres la persona que has ido construyendo con tus actos. No puedes despojarte de ellos como una prenda de vestir que tiras en un rincón. No nos acostamos juntos y nunca lo lamenté.


Pensaba hace poco que hay gente que necesita sentirse superior y por eso rebaja a su pareja: la empequeñece, hace hincapié en sus errores y debilidades, porque así se siente más fuerte (más bien: porque así no siente su propia debilidad y su vergüenza por sus errores). No es que no me guste sentirme fuerte, también superior –tengo que confesarme esa vanidad–, pero por suerte esto no me lleva a jibarizar a la gente que quiero sino a esforzarme por crecer. Lo ideal sería no necesitar tampoco eso, sentirme feliz con mi estatura; pero qué le vamos a hacer, no he alcanzado ese nivel de perfección. Vista mi edad, tampoco creo que lo alcance.


7 de marzo

«El pasado solo existe si lo recordamos», escribe Alfons Cervera. Ojalá, pienso. Pero el pasado se nos clava en la carne –¿me he puesto demasiado melodramático?– incluso aunque lo borremos de la memoria. Alfons acaba de publicar Libro de familia, una trilogía que incluye sus ¿novelas? sobre la memoria familiar, una dedicado a la madre, otra al padre, otra al hermano. Las tres acumulan reflexiones sobre el pasado, la memoria, el silencio y la muerte. Él escribe sobre el pasado para que no se pierda, aunque reconoce que es una tarea imposible. Y yo escribo en este diario sobre el presente intentando algo parecido: no solo que no se pierda, también que no se escape a mi atención. Pero el presente es denso, multiforme y, por definición, fugaz y es por esto imposible de aprehender (para hacerlo tenemos que retirar de nuestra atención todo lo que rodea ese fragmento mínimo al que nos aferramos).


El Secretario de Estado de Donald Trump sale en una entrevista de televisión con una cruz de ceniza en la frente que parece que se la han marcado a fuego. Ayuso afirma no sé qué de que el gobierno quiere matarla, envenenarla con cianuro. El insigne Feijóo quiere recuperar el feminismo de nuestras abuelas. Cada vez hay más imbéciles peligrosos dirigiendo nuestras sociedades. Y si no son imbéciles son doblemente peligrosos.

Por cierto, me encantaría saber qué imagen tiene Feijóo de nuestras abuelas: ¿señoras de luto sacrificadas y que entregan todas sus energías a ser los ángeles del hogar?; ¿o revolucionarias que se enfrentan al fascismo fusil en mano?; ¿Rosa Chacel, Teresa León, Luisa Carnés, Lidia Falcón? ¿Cómo serían las abuelas de Feijóo?


10 de marzo

Paso dos días con mi madre en su pueblo. Precisamente el 8-M, y después de las declaraciones idiotas de Feijóo, me cuenta algo de mi bisabuela que creo que no me había contado nunca. Aunque llegué a conocerla, solo tengo de ella recuerdos falsos, producidos por fotografías y por las historias que he oído, algunas de las cuales utilicé en una novela. Me cuenta mi madre que una vez que mi bisabuela la visitó y se quedó a pasar la noche en casa de mis padres, la descubrió por la mañana durmiendo en el suelo, junto a la cama. Al parecer, le parecía que era demasiada molestia y dar trabajo innecesario a mi madre si hubiese usado la cama –cambiar las sábanas, lavar, hacer la cama de nuevo–. Aquella mujer que crió a una decena de hijos en medio de una miseria y un hambre que yo no puedo imaginar, que se ocupó también de mi madre durante años, temía molestar o ser una carga innecesaria.


Vuelvo al Prado con el fotógrafo de EPS. Vamos a ver lo poco que queda por desmontar de la exposición Darse la mano y después subimos al taller de restauración para ver los cuadros de Veronés con los que están trabajando en este momento. Como siempre, cada restauradora se presta a hablar de lo que está haciendo con un entusiasmo y un mimo que no he encontrado nunca en ningún sitio. Está claro que adoran su trabajo y que disfrutan mostrándolo a otros. Creo que ha sido mi quinta visita al taller y nunca me he encontrado con nadie que manifestase la menor desgana. Qué gente más entregada y más generosa.


Cuando estuve la semana pasada viendo cómo embalaban esculturas de la exposición Darse la mano, Manuel Arias, el comisario de la exposición, me acompañó un rato y me mostró los detalles ornamentales de cuatro esculturas que estaban pensadas para colocarse a gran altura, de forma que nadie podría apreciar los ornamentos. La ornamentación continuaba incluso por los laterales y partes posteriores que quedarían ocultas a la vista. Comento el amor por el trabajo bien hecho de los artesanos, su placer por la creación aunque nadie vaya a verla. «Pero la ve Dios», dice Manuel, no expresando su propia creencia sino la de la época en la que se realizaron las esculturas y me parece una frase hermosa, a mí, lo más alejado de un creyente que se pueda encontrar: imaginar que Dios ve ese trabajo que parece perdido; pensar que la belleza que creas nunca es inútil.


En esa misma exposición me llama la atención en una de las paredes una cita que todavía no ha sido tapada para la siguiente exposición: «De la misma suerte que excede el hombre vivo al muerto, lo racional a lo corpóreo, así la pintura a la escultura». Con esa misma lógica podría decirse que la literatura excede a la pintura (y al cine). Aunque quizá estoy barriendo demasiado para casa.

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