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Directora de periódico, un cargo exótico

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Directora de periódico, un cargo exótico

Los nombramientos de Ana Pardo de Vera al frente del diario 'Público' y de Cristina Fallarás, en 'Diario 16', vuelven a poner en evidencia la ausencia de mujeres en las cúpulas directivas. Entre la primera directora de un periódico hasta ahora han pasado 80 años.

Olivia Carballar
11 septiembre 2016 Una lectura de 7 minutos
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María Luz Morales Godoy fue la primera mujer que dirigió un periódico en España. En plena guerra civil, estuvo al frente de La Vanguardia durante siete meses. Era gallega, como Ana Pardo de Vera, que acaba de tomar las riendas de Público. Entre una y otra han pasado una dictadura, una transición y una democracia aún por redefinir. 80 veranos, 80 años. Entonces, aquel nombramiento fue un hito para las mujeres. Hoy, la designación de Pardo de Vera y la de Cristina Fallarás, unos días después, al frente de Diario 16, también. Ambas se suman a la tímida lista de mujeres directoras: Ana I. Pereda, en Expansión; Magdalena Trillo, en Granada Hoy; Ángeles Rivero, en La Nueva España; Montserrat Domínguez, en Huffington Post; o Magda Bandera, en La Marea. Este mismo año también ha sido nombrada directora Esther Vera, en el diario Ara. Y durante mucho tiempo sólo destacó María Consuelo Reyna Doménech, en Las Provincias.

«Es lo mismo que he pensado al ver esta semana la foto del acto de inauguración del Año Judicial [donde no había ni una sola mujer]: es una anomalía democrática que las mujeres sigamos teniendo presencia testimonial en los puestos de responsabilidad. Es una anomalía y atenta contra el principio básico de igualdad recogido en una Constitución que empieza a parecer de juguete», reflexiona Pardo de Vera. Según el informe anual de la profesión periodística, editado por la Asociación de la Prensa de Madrid, el número de hombres que desempeñan tareas de director o de director de informativos duplica al de mujeres.

«No hay mujeres en cargos directivos en ningún sector. No los dirigen, pero tampoco forman parte de la propiedad de los medios. Sencillamente, es una costumbre. Cuando un sector se adocena, se siente más cómodo siguiendo lo habitual«, explica Cristina Fallarás. «Imagino -prosigue- que Diario 16 ha pensado en una mujer de la misma forma que su cabecera añade Diario de la Segunda Transición«. Fallarás considera que es importante que haya mujeres dirigiendo medios por razones obvias: «En esta sociedad, donde en los últimos 20 años ha cambiado nuestra forma de comunicarnos y de aprender, donde las tecnologías han dado un salto inimaginable, lo único que sigue como estaba es lo relativo a las mujeres, con más violencia si cabe. Creo que en las dos últimas décadas hemos retrocedido en esto. La situación de la mujer en los medios, concretamente, es una vergüenza. Hay que cambiarla para evitarnos el sonrojo, para crecer y ser más justos, para limar las desigualdades insoportables».

Lalia González Santiago, la primera mujer en dirigir un periódico en Andalucía (La voz de Cádiz, 2004), coincide en el análisis: «La crisis se ha cebado con las mujeres en las redacciones, los pocos puestos que habían ocupado han caído y no porque no haya mujeres con experiencia y ganas. Hay montones de staff sin ni una sola mujer. El machismo que hay en el periodismo es lo de lo más resistente».

Fuera de España el panorama no varía mucho. Los prestigiosos The New York Times y Le Monde nombraron por primera vez a mujeres al frente de sus ediciones en 2011 y 2013: Jill Abramson y Natalie Nourgayrède, respectivamente. Ambas dimitieron el mismo día: el 14 de mayo de 2014. En octubre de ese año, Rona Fairhead fue nombrada presidenta del consejo de istración de la BBC. Katharine Graham, editora del Washington Post desde 1963 hasta que murió, en 2001, responsabilizaba en buena parte de ello a las propias mujeres. “Como tanta gente de mi generación, llegué a creer que las mujeres eran intelectualmente inferiores a los hombres, que no éramos capaces de gobernar, dirigir ni gestionar nada que no fuera el hogar y los hijos. Y esta forma de pensar tenía un precio: muchas acabábamos siendo inferiores”.

Aunque considera que es muy difícil hacer un diagnóstico preciso, Pardo de Vera atribuye este hecho, en primer lugar, a la educación y sus condicionantes históricos, como la influencia de la religión católica en España; y, en segundo lugar, a la ausencia de voluntad política de los gobiernos para acabar con la desigualdad y el machismo. «Hubo gestos valientes por parte de Zapatero, y su creación del Ministerio de Igualdad, que fueron atacados sin piedad por el resto de fuerzas políticas. Eso ya fue muy sintomático, pero en cualquier caso, la oleada salvaje de recortes de lo público impuesta por la troika se llevó por delante cualquier intento de empezar a andar por la senda de la igualdad real entre hombres y mujeres», reflexiona.

La primera vez que a Mercedes de Pablos, la primera directora de un grupo de emisoras de radio en España -Canal Sur-, le propusieron un cargo, se puso a llorar: “Porque creía que iba a perder mi libertad. Mentira. Hay algo peor que ser tu jefe; tener un mal jefe”, cuenta con sorna en una tesis sobre la situación de las mujeres periodistas en el franquismo y el inicio de la democracia. Ella fue una de las primeras periodistas de radio con estudios universitarios, una de las primeras periodistas que superaron el papel de locutoras y cubrieron información política. De Pablos, hoy directora del Centro de Estudios Andaluces, temía convertirse en “uno de ellos”: «Yo tengo mellizos, estaba ya separada. Tú empiezas a notar el peaje cuando eres madre y yo he sido una madre sola. Muchas veces estás dispuesta a que tu nombre no salga o a no recoger los premios con tal de estar con tus hijos. Muchas veces también he dicho que de negra me sentía más libre. Yo no quería ser como ellos», insiste. González Santiago sostiene que la desigualdad se produce más allá de la maternidad: «Yo he tenido cuatro hijos y nunca he ido al ginecólogo o al pediatra en mi horario de trabajo. Y cuando ellos han dicho que se iban al ginecólogo a acompañar a su mujer o a la tutoría, salían de la redacción aplaudidos, como si fueran héroes«.

La periodista Soledad Gallego-Díaz tiene la sensación de que en las redacciones existe un cierto fenómeno de cooptación, es decir, son los jefes hombres los que eligen a otros hombres como compañeros: «De alguna forma, se sienten más cómodos entre ellos. Y como, al fin y al cabo, esta es una profesión terriblemente absorbente donde el trabajo supone la mayor parte de tu vida, es lógico que la comodidad sea un factor determinante. ‘¿Acaso pretendes que existan cuotas, como en el Parlamento?’, ironizan algunos compañeros míos. ‘No -les contesto- por eso precisamente me irrita tanto que os reservéis precisamente el 85% del cupo’, afirma en El 4º poder: ¿Un poder de mujeres? (Colectivu Milenta Muyeres, Oviedo, 2003), de Isabel Menéndez.

En el mismo libro, la periodista Lucía Méndez incide en esa idea: “Igual que rara vez una mujer es ministra de Economía o de Defensa, en nuestro país es exótico el ejemplar de mujer directora de periódico”. También en los debates políticos, como denuncia la campaña #OnSonLesDones; en actos universitarios, como denunciaba hace unos días la escritora Laura Freixas, de Clásicas y Modernas; o en el propio debate de investidura.

INCREÍBLE: de 12 ponentes, 12 hombres!!!! @CyM_tw@onsonlesdones#SinMujeresNovoy#NoSinMujereshttps://t.co/uR2MmDiXlp

— LauraFreixas (@LauraFreixas) 6 de septiembre de 2016

Desde Podemos, Rita Maestre y Tania Sánchez han tenido que aclarar estos días una obviedad tras el anuncio de su propuesta política para Madrid: «No somos novias, ni exnovias, ni invitadas de nadie. Somos mujeres. Venimos a hacer política como protagonistas».

Ninguna de estas periodistas se ha librado tampoco del machismo: «No conozco a ninguna mujer que no fuera víctima de una acción machista, desde un simple comentario paternalista (hay tertulianos que los emplean hasta la náusea) hasta un acoso en toda regla. Con todo, he tenido suerte y ese machismo nunca ha afectado a mi trabajo. Lo mejor es frenarlo de forma radical, aunque cada situación es distinta», afirma Pardo de Vera. Fallarás asegura que necesitaría un diario entero para detallar las manifestaciones machistas en los medios de comunicación: «Repasa las plantillas y los cargos, repasa quiénes salen en las fotos. Te propongo un ejercicio: coge una página cualquier de un diario y subraya los nombres. Luego, mira cuántos son de mujeres. Otro: has la lista de los articulistas/columnistas/viñetistas de cualquier, ¡¡cualquier!! diario. Después, compara hombres y mujeres».

Magda Bandera destaca el caso de La Marea, donde los cuatro puestos de mayor responsabilidad son desempeñados por mujeres: «Sin habérnoslo propuesto. Sencillamente, los elegimos libremente, sin prejuicios. Y, de repente, un día nos dimos cuenta de que éramos una rareza«.

Lo más importante, incide Fallarás, es defender otra mirada sobre la realidad: «Por ejemplo, y esto es sangrante, en los medios españoles se ha dejado de hablar de la pobreza, de los pobres, que son millones de ciudadanos, de la misma forma que la podredumbre en el sistema judicial no se considera noticia. El presidente del Gobierno miente, y todos los medios le hacen de altavoz. La vicepresidenta asegura que crean puestos de trabajo y nadie le responde que son puestos de esclavos. Hay que cambiar estas tendencias, porque va en ello la credibilidad de la información. Si los ciudadanos dejan de confiar en los medios de comunicación de la misma manera que se han acostumbrado a que los políticos les mientan, la sociedad resultante será aterradora. A mí me da miedo». Un ejemplo: «Cómo se nota que sois mujeres», le llegó a decir la Guardia Civil a Lalia González Santiago en la cobertura de una operación contra la prostitución. «No es una cuestión de ocupar un espacio, sino de introducir el punto de vista de las mujeres», concluye.

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